Latidos Invisibles.
Acto Primero
Sentir la ida
A veces la vida se revela en silencios. No en los gritos, ni en las decisiones ruidosas, sino en esa brisa que acaricia sin permiso, en el calor del sol que no pregunta antes de abrazarte. Y de pronto el cuerpo deja de ser sólo cuerpo. Se convierte en instrumento, en radar, en refugio y testigo. Late con más intención. Respira con más alma.
Vivir no es correr detrás del tiempo, es atreverse a detenerse en él. Es mirar cómo todo fluye sin querer retenerlo, sentir cómo algo se despide sin entender si fue parte de ti... o tú de eso. Es entender que estamos hechos de despedidas y encuentros, de ausencias que nos moldean y de presencias que nos salvan.
Sentir la ida… Es abrir el pecho sin miedo a que entre el mundo y nos sacuda. Es escuchar cada emoción sin juzgarla, cada recuerdo sin distorsionarlo. Es saber que no todo lo que se va, se pierde… y no todo lo que se queda, permanece.
Y tú... cuándo fue la última vez que la vida te atravesó sin pedir permiso y te hizo sentir realmente vivo?
Acto Segundo
La Nostalgia
Hay ausencias que no se notan en la piel… pero arden en la memoria. La nostalgia es esa llama suave que no busca quemar, sólo iluminar lo que alguna vez nos hizo sentir vivos. Es volver sin moverse, tocar sin manos, mirar sin ver.
Los días pasados se convierten en espejos: no para juzgar, sino para recordar lo que fuimos con dulzura y lo que soñamos ser con coraje. A veces basta un aroma, una canción, una mirada ajena que nos lleva de regreso a lo que fuimos cuando creíamos que todo era eterno.
Pero vivir con nostalgia no es vivir atrapado, sino aprender a mirar atrás sin perder el presente. Es saber que hubo belleza en lo que ya no está… y que esa belleza también nos pertenece hoy.
¿Qué recuerdo vive dentro de ti y aún te acaricia sin que lo llames?
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